viernes, 4 de marzo de 2011

Amelia

Ella quería ser y no era. Se levantaba todos los días lista para mostrarse al mundo, para entregarse de brazos abiertos. Desayunaba, se bañaba, se vestía, y abría la puerta de su casa, pero al salir, el viento la transformaba, ya no era nadie que quisiera ser. 
Ella quería mostrarse, quería contarle a todos quien era en realidad. Pero al enfrentar las calles, descubría que el mundo seguía siendo ese monstruo que prometía devorarle el alma si se le oponía.
Ella quería ser alguien más. Quería dejar ese montón lleno de polvo, correr, y bailar como una damisela, y encantar a todos con sus propios gustos.
Ella quería abrirse, dejar pasar al resto, y abrir otras puertas, conocer otros que quisieran ser como ella. Pero detrás de cada puerta que abría solo encontraba almas vacías.
Ella quería ser libre otra vez, no ser prisionera de su propio escudo. Pero cada día, se volvía un nuevo intento, y luego una frustración.
Y llegó el día que no quiso ser, y ni siquiera salió para intentarlo. Solo se quedó llorando.
Y lloró todo el día y toda la noche, hasta cerrar los ojos y sumergirse en su mundo. Pasó mucho tiempo, y cuando quiso despertar, ya no recordaba nada, porque ella ya no era parte de nada, estaba vacía. 
Lo único que tenía, era algo, muy escondido, muy dentro, diciéndole que tenía que hacer. Entonces, eso hizo, caminó hasta la última puerta, y la abrió. 
Al salir, se enfrentó con el viento, listo para devorarla suavemente. Pero otra vez, algo le dijo que tenía que quedarse ahí. Y así lo hizo, y respiro, profunda profundamente. 
Al principio solo fue una sacudida, pero después todo se puso extraño, y ella se sintió parte de esa extensa neblina blanca. Y al instante sus pies ya no tocaron el suelo. 
Qué hermosa sensación, nunca había sentido nada parecido. Necesitó adorarlo mucho para que se terminara.
Enseguida unos remolinos grises, aparecieron e inundaron el paraíso en el que se encontraba.
Entonces solo tuvo que pensarlo; pensarlo, y desearlo como uno desea no muchas cosas en la vida. Necesito dejar que se extendiera en cada parte, cada centímetro de su todo. 
Y sus pies tocaron el piso, entonces despertó. 
Ya no lloraba, ya la niebla se había fundido, y su espacio se había materializado como el antiguo sillón de roble en el viejo salón.
Ella quería ser. Y ahora sabía lo que tenía que hacer, así que caminó por el pasillo con la mano ya extendida, para abrir por última vez la tan conocida puerta.


 
Marc Chagall

0 comentarios:

Publicar un comentario